Los insectos atareados,
los caballos color de sol,
los burros color de nube,
las nubes, rocas enormes que no pesan,
los montes como cielos desplomados,
la manada de árboles bebiendo en el arroyo,
todos están ahí, dichosos de estar,
frente a nosotros que no estamos,
comidos por la rabia, por el odio,
por el amor comidos, por la muerte.
Paisaje Octavio Paz.
Es evidente que el paisaje siempre ha existido. Revelar mi experiencia personal, traducir
en pintura
esos lugares,
sensaciones, sentimientos, imágenes, colores y temperaturas es una de las intenciones de esta serie.
Mirada y
meditación son mi guía: me adentro en el misticismo del paisaje sin querer cambiarlo o
entenderlo.
Observo al
paisaje como una invención, sostengo la experiencia de estar presente para conservar ese
instante y
vaciarlo en mis propios horizontes. Represento e interpreto lo visto, describo ese espacio
vegetal, animal y
mineral; lo agrupo, le
doy una estructura, lo desarmo y, a partir de ahí, comienzo a crear otros paisajes que entrelazan
imaginación,
realidad y materia. Paisajes inventados, mentales, narrativos, descriptivos, alucinantes,
sentimentales, soñados y
transfigurados. Comparto la observación del paisaje como esperanza de salvación para
recuperar la
conexión con la
esencia de las cosas que aparecen frente a mis ojos y así, volver a nombrar cada planta, semilla,
árbol o piedra y
mudarlas a mi espacio pictórico y a una bitácora en donde anoto aciertos y errores, vivencias del
día a día que me
conectan, no solo con el acto de registrar, sino como una extensión de la pintura ligada a la
palabra, a la música y
a la cotidianidad.
El paisaje me proporciona todo lo que necesito. Mi taller es un cuarto de ensayos donde
conviven
agallas de encino,
flores silvestres, troncos de árboles, vainas, semillas, fibras, materia orgánica y pútridos que se
convierten en
formas y colores, alquimia de tintas que crean una variedad inimaginable de tonos, manchas que me
invitan a fundirme
en la abstracción o, mejor dicho, en palabras de Clara Janés: “…abstraerse hasta la transparencia
que da paso a la
comunión con lo otro, después de alcanzar su propio vacío y dejar que éste se llene de las
resonancias del ser”.
Pienso en las semillas, en las ramitas, en el olor de la tierra, en la luz de los maizales, en las
milpas, en la sombra de un árbol. Elijo ese camino, atiendo a su llamado y tejo el acuerdo de
cuidarnos mutuamente. Me permito a través de él, salvarme a mí misma y me convenzo, ahora más que
nunca que El paisaje podría salvarnos.
Esmeralda Torres
…así ella, sosegada, iba copiando
las imágenes todas de las cosas,
y el pincel invisible iba formando
de mentales, sin luz, siempre vistosas
colores, las figuras
no sólo ya de todas las criaturas
sublunares, mas aun también de aquellas
que intelectuales claras son estrellas,
y en el modo posible
que concebirse puede lo invisible,
en sí mañosa las representaba
y al alma las mostraba.
Primer sueño Sor Juana Inés de la Cruz.